EL FAMOSO

 

       Como una gran yema de huevo, tras unas nubes de algodón, el Sol se yergue sobre el azul de la pequeña Conquezuela, iluminando los trigales dorados que tapizan los campos de esta aldea soriana; y encandilando aún más,  los bellos parajes que preside la Virgen de Santa Cruz. 

        No lejos de allí, un pastor de brazos recios, piel rosada y ojos claros, con su blanco perro amaestrado, conduce un rebaño ajeno de más de seiscientas ovejas.

Este pastor treintañero, a quien todos conocen con el nombre de El Famoso, tiene por hogar la inmensidad de los campos y no posee lugar fijo para dormir. No hay temor que le acobarde, ni dama que le acompañe, ni desdicha que le desvele.

Le conocí hace pocos años, en un momento en el que el violáceo atardecer, quería ya llenarse de estrellas conocidas.

Dialogar con él, es saber que gana diez veces menos que un obrero y trabaja tres veces más. El oficio de pastor no tiene horarios, ni vacaciones, ni fiestas de guardar, ni extras de beneficios. Es saber que nunca ha conocido mujer alguna en su desnudez, ni la envidia, ni el abecedario, ni las tentaciones del azar. No sabe el nombre de ningún ministro ni le preocupa la política. Es feliz.

No lleva reloj electrónico, pero acierta las horas con gran precisión. Relata historias de las lunas y los pastores, conoce las costumbres de todos los animales con los que convive, y deduce la hora que es, observando la sombra de los árboles conocidos.

 

Al mediodía, cuando el sol azota de pleno, guarda a las rumiantes ovejas en la taina; y él descansa feliz a la sombra de una acacia magna y corpulenta, de las que abundan por las cercanías del monte de Conquezuela.

Es conocido con el sobrenombre de El Famoso debido a que cierto día, un importante y acaudalado personaje se hallaba en graves apuros, tras haber herido a un jabalí que le perseguía rabiosamente. Ante este espectáculo el pastor sacó su honda y lanzó una enorme piedra contra la cabeza del peligroso animal, que cayó fulminado. 

      Inmediatamente socorrió al cazador, quien se hallaba tan agotado y tembloroso, que no podía mantenerse en pie. Después de tranquilizarle y compartir con él lo poco que llevaba en el zurrón, quiso el adinerado señor  compensarle ofreciéndole un empleo en la ciudad, pero no aceptó.

      Más tarde, llegaron algunos amigos del cazador que habían salido en su busca. Cargaron con el pesado jabalí y marcharon muy contentos con su ansiado trofeo, elogiando la bondad y la valentía de aquel joven pastor.

      Al día siguiente los periódicos de la ciudad relataron el suceso, incluyendo una foto de aquel muchacho tan hábil y fortachón, a quien desde entonces los habitantes del lugar apodaron con el nombre de El Famoso.

       Uno de los jóvenes de la ciudad que veranean por estas mesetas con aires de listillos, se le acercó para decirle:

-         Te has hecho famoso chaval, todos hablan de ti. Desde ahora estarás en la cumbre, con respecto a los paletos de tu pueblo.

Y el buen pastor le contestó con toda sencillez:

-         No deseo estar en la cumbre, porque es donde más azotan los vientos y las borrascas, prefiero caminar por la llanura, apacible y tranquilo.

               Sin duda, aquel inocente pastor, era un ignorado sabio. 

     Autor: Francisco Carlos Solé Llop  Colección de cuentos para CQL Conquezuela