UN LOCUTOR DE RADIO Y EL PASTOR MELITON

-Cuento nº 7 de la colección Cuentos para Conquezuela-



  Por las despobladas tierras sorianas, y
amante de los fríos inviernos de Yelo, andaba un honrado pastorcillo llamado
Melitón, que siempre escuchaba música en su viejo transistor radiofónico, mientras
apacentaba las mansas ovejas


Había entablado amistad con un locutor caspolino y mañico de la ciudad, que trabajaba
en la emisora
de radio nacional,  de nombre Alberto  y que por su voz grave y gentil, le llamaban
"serrano".

           Ambos tenían cosas en común, eran testarudos, inconformistas y supuestamente listos.

Alberto el locutor, decía que desde la populosa ciudad,
añoraba los atardeceres del pueblo donde nació, 
con su puesta de sol multicolor, el sosiego de los campos, el aire limpio y saludable,

el visual vaivén de las hojas en los árboles, el aroma de
las flores y la  ausencia de problemas y prisas ciudadanas.

¡Qué gozada! -exclamaba- huir de las multitudes,

del timbre ensordecedor de los atascos, de los cabreos del jefe,

 del teléfono imparable y de las órdenes del reloj.

En cambio Melitón el pastor, anhelaba frecuentar las
discotecas de las que hablaban los jóvenes domingueros, practicar los deportes
de moda, ver las mejores películas de estreno, o entrevistar a los famosos,
como lo hacía el presentador y comentarista, Alberto.


 Puesto que cada cual envidiaba la vida del otro, un día decidieron intercambiar los
papeles durante un mes.  Melitón haría de locutor y Alberto de zagal ovejero.


Apenas había transcurrido una semana, cuando Alberto
estaba ya harto del aire fresco, de su perro blanquinegro, de su colchón de
paja, de las cómodas sandalias, de su holgada camisa y de su viejo zurrón.


En la ciudad, algo parecido le ocurría al buenazo de
Melitón. Ya estaba cansado de obedecer órdenes, del trasiego de tanto papeleo y
de oír los broncos tacos mañaneros, que le soltaba el director del programa.


Aborrecido e incómodo, de desayunar controlado por el
reloj, sordo de los decibelios de la radio discoteca, y abrumado por los
mortificantes teléfonos, que no paraban de sonar.

Así pues, tomó una firme
decisión.

          Volvió al pueblo, para hablar con Alberto el locutor,

a quien encontró algo compungido y traspuesto, recostado en el tronco de uno de los chopos 

que sombrean el hermoso entorno del pueblo
soriano, para protegerse del radiante brillo del Sol.

Ambos se abrazaron y rieron intensamente mientras se
explicaban sus mutuas peripecias.

Y sin pérdida de tiempo decidieron
incorporarse de nuevo, a sus verdaderos trabajos.

Al día siguiente, Melitón salió con sus ovejas y su
perro cariñoso y saltarín, a quienes les contaba todo lo que le había ocurrido
en la ciudad. A la hora del desayuno, conectó el transistor para escuchar el
programa de su amigo Alberto, que se pasó toda la mañana explicando a los
oyentes, las divertidas experiencias pastoriles y sus agotadoras caminatas, por
las laderas sorianas que se divisan desde Medinaceli.

Los dos jóvenes sabían ahora, que la felicidad está en uno
mismo, cada persona debe ocupar el lugar que le corresponde; y que la envidia
es tan sólo, el fruto de un inconformismo egoísta. 

 

Se dieron un abrazo y una voz en su interior les dijo:    

                                             Ama lo que haces y serás feliz.


Para mis amigos Alberto Serrano y Melitón Nájera


Título del cuento: Un locutor de radio y un pastor

Autor: Francisco Carlos Solé Llop


Cuento nº 7 de la coleción Cuentos para Conquezuela


Dibujos: Manuel Marquillas

Depósito legal: B-12.574-2016